Sin pelos en la lengua: Mi experiencia con la depilación

09.12.2019

Silvia De las Heras

Empecé a depilarme con 11 años. Desde pequeña me ha gustado mucho leer y recuerdo que siempre me compraban revistas en el kiosko de al lado de mi casa cuando venía del colegio, de las típicas que vienen con una pulsera o un monedero de regalo, que tienen a alguna estrella de Disney Channel en la portada y que contienen fotonovelas sobre amoríos de instituto . En un primer momento, es difícil adivinar que este tipo de publicaciones puede llegar a ser perjudicial para cualquier niña, pero la verdad es que a veces ni siquiera nos damos cuenta de los mensajes que podemos estar transmitiendo (consciente o inconscientemente) a los más pequeños. 

Recuerdo que uno de esos días a primeros de mes, al volver del colegio me puse a leer el nuevo número de la revista Como Tú. El verano llegaba y uno de los artículos advertía a cerca de los cuidados que eran necesarios para estar presentables durante esta época. El principal era la depilación. Sabía lo que era la depilación, había visto a mi madre pasarse una máquina que parecía bastante incómoda en el patio de mi casa, pero nunca había llegado a pensar que a mí también me iba a hacer falta pasar por eso. Incluso, hacía poco que había descubierto que a las mujeres también les crecía vello en las axilas, pues creía que era cosa solo de hombres, al igual que con la barba. Empecer a reparar en cosas a las que no había prestado atención antes: páginas y páginas de fotos de piernas kilométricas suaves y sin vello, sin rastro de él en los brazos tampoco. Mientras, veía mis piernas, como tengo la piel tan clara, el contraste con el vello oscuro era aterrador. Esta fue la primera vez (que yo recuerde), que sentí envergue de mi cuerpo. 

Me daba muchísimo pudor decirle a mi madre que me quería depilar, así que decidí empezar a cubrir mis piernas en público lo máximo posible. Recuerdo que durante esos últimos meses de colegio en verano, no volví a llevar pantalón corto a clase. Obviamente, mis padres se dieron cuenta de esto, pero creyeron que era porque veía mis piernas gordas y que era algo común de esa edad en la que de pronto ves tu cuerpo cambiar poco a poco. El problema estalló a finales de junio, en el bautizo de un familiar. Llevaba puesto un conjunto de bermudas y una blusa, me había negado rotundamente a llevar falda por la cuestión del vello, pero mis padres, al creer que era por razones diferentes, optaron por comprarme esos pantalones cortos, que dejaban ver igual el pelo de mis piernas. Me negué a salir del coche, sobre todo después de reparar en que todas las mujeres adultas carecían de cualquier tipo de pelo en sus piernas. Tras una larga discusión con mi madre en el interior del coche, le acabé confesando mi problema y esta lo solucionó prestándome las medias que ella llevaba puestas y prometiéndome que al día siguiente, a primera hora, iríamos al patio y me enseñaría a depilarme con la máquina. Desde el primer momento, esta cuestión siempre había sido estética pero mi madre me contó que cuando me creciera el vello de las axilas, lo tendría que retirar también por razones higiénicas (Uno de los mitos sobre los que indagamos en este ARTÍCULO).

Así fue, lo primero de lo que se me advirtió fue sobre que nunca, bajo ningún concepto, debía rasurarme el vello con cuchilla, pues esto haría que creciese más fuerte y grueso cada vez. Por lo que sí o sí, había que someterse a arrancar esos molestos pelos de raíz, mediante cera o, como en mi caso, con una máquina depilatoria. La sensación fue similar a pequeños y múltiples calambres a la vez a lo largo de las piernas. No voy a mentir: la primera vez me dolió bastante, pero con el paso del tiempo, el cuerpo se fue acostumbrando a esa sensación hasta llegar a ser prácticamente imperceptible. Pocos meses después me compraron mi propia máquina para que no tuviera que quitársela a mi madre cuando ella la necesitaba, ya que estaba, también empecé a incluir el pelo de los brazos, porque si el de las piernas no debía estar, ¿por qué el de estas extremidades que eran todavía más visibles, iba a poder verse? Sin embargo, el problema no acabó aquí, porque no muchos años después, me las tendría que ver con otra faceta del vello corporal.

Poco menos de un año después, cuando me empezó a crecer vello en las axilas, lo depilé al igual que el de los brazos y las piernas pese a que era invierno y siempre llevaba manga larga. Pero cuando intenté hacerlo en la ingle, me resultó prácticamente imposible. Obviamente, debido a la sensibilidad de la zona genital, el dolor que sentía al arrancar el pelo de esa zona era infinitamente mayor al de las otras partes del cuerpo. Cuando fui a consultar a mi madre que hacer para evitar esa desagradable sensación durante la depilación, mi sorpresa fue mayúscula. Ella se molestó bastante y me pregunto que para qué quería depilarme esa zona si estábamos en invierno y no tenía que usar bikini. Yo me encontraba bastante confundida, ya que el resto de vello me lo depilaba todo el año y no había ningún problema, además, según tenía entendido, esto era lo más higiénico. Fue entonces cuando descubrí que la ingle era una zona excepcional, pues solo debía depilarse en verano o si se tenían relaciones sexuales, y es por esto por lo que a mi madre no le hacía ninguna gracia que quisiera retirar ese vello también. 

Mi confusión era mayúscula: el de las axilas era anti higiénico, mientras que el de las extremidades no, pero había que quitarlo también por estética, sin embargo, el vello púbico, pese a ser anti higiénico también, sólo me lo podía quitar en verano, porque si no significaba que era una guarra...

Al final opté por retirarlo también, con el dolor que conllevaba e intentando evitar soportarlo mediante trucos de Internet como el de anestesiar la zona con hielo, pero que inútilmente acababa cerrando el poro capilar, provocando que arrancar el pelo resultase aún peor.

No obstante, al final las personas se hacen a todo, y acabé aprendiendo a sobre llevar estas rutinas auto impuestas con regularidad y resignación, como podría ser el lavarse los dientes. A pesar de ello, tiempo después, volvería a tener que vivir otro mal trago relacionado con la depilación.

La adolescencia y el instituto vinieron de la mano de los intereses sexuales. Y con esto, se abría ante mí un nuevo frente. El "problema" de las máquinas depilatorias es que como arrancan el pelo de raíz, no pueden retirarlo hasta que este ha crecido lo suficiente sobre la piel, pues no lo atrapan. A simple vista este vello es imperceptible pero al tacto resulta muy evidente porque raspa, ya que la cabeza del pelo debe ser más gruesa para poder romper la epidermis. Me aterraba la idea de que un chico notase cualquier indicio de vello en mi cuerpo o que le pinchase, así que ante la duda, empecé a rasurarme también con cuchilla en cuento empezaba a brotar un mínimo inicio de vello. 

Al final, la combinación entre máquina y cuchilla provocó que el pelo se debilitase muchísimo. Esto no debería de haber supuesto un problema si no fuera porque la cuasi diaria depilación provocase en mi piel una falta de hidratación tal que en algunas zonas esta incluso se hizo callosa. La extrema dureza de la epidermis dificultaba mucho que brotase el vello tan debilitado, pues era incapaz de romper la capa superior de la piel para salir. Fue por esto por lo que me empezaron a aparecer multitud de quistes ya que el vello quedaba atrapado entre la dermis y la epidermis y se acababa infectando. 

Fue en este punto cuando me di cuenta de que había estado teniendo un comportamiento un tanto obsesivo debido a mi desinformación y a mi preocupación por la estética. Además, los planteamientos feministas estaban empezando a hacer eco en mí y comencé a plantearme si merecía la pena todo lo que conllevaba tal práctica. Opté por hacerme la depilación láser que me recomendó el médico en las piernas y las ingles cuando fui a consultarle a cerca de los quistes porque estas eran las zonas más perjudicadas y también opté por dejar de depilarme los brazos por completo. 

Algunas sesiones de láser (y mucho dinero) después, mis afecciones con la piel se iban solucionando mientras que yo iba normalizando el vello en el cuerpo de las mujeres. Aún hoy sigo teniendo muchas inseguridades con este asunto, por ejemplo, sería incapaz de acudir a un casting, a un rodaje o a una sesión de fotos sin depilar. Pero pese a ello, intento entender que le presencia o ausencia de vello en mi cuerpo no condiciona mi higiene personal, mi feminidad, ni mi valía personal. 

Si quieres saber más sobre este asunto, no te pierdas esta ENTREVISTA .

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